viernes, 5 de diciembre de 2008

Azul celeste

Era muy tarde.

Mi familia bailaba frente a la fogata. Parecían alegres. Yo no oía ni un ruido, como era normal en mí cuando fluctuaba entre las aguas de mi somnolencia. Madre decía que yo dormía el sueño de los justos. Y la verdad es que caía como saco de piedras.

Mis ojos se fueron cerrando poco a poco. Pero yo no dejé de ver cosas. Y de pronto volví a mi segunda vida.

Mi cabello flotaba alrededor de mi rostro. Iba corriendo, pero me movía muy despacio aún así. ¿Será que en sueños uno se mueve más lento porque está cansado? O tal vez era que yo no era muy rápida corriendo, ni aunque estuviera despierta. La hierba era suave y fresca. No había una sola mata seca. Y era muy corta. Así me gustaba el pasto. No hay muchos lugares donde los bichitos se puedan esconder si el pasto es tan corto.

El azul era de un color azul brillante, y casi no había nubes. Las que se podían apreciar parecían motitas de algodón, de esas que si estiras un poco cederán, y eran víctimas de la fuerza del viento, que cada vez soplaba más y más. Curiosamente no tenía frío. Yo tenía mal el termostato. Y también la cabeza, ya que me faltaba un tornillo... Y además solo podía escuchar con un oído, pues había perdido el otro desde chiquita... Pareciera que soy un caso perdido.

Llegué de pronto a la orilla de un verde acantilado. ¡Vaya que era alto! Abajo se extendían las aguas de un caudaloso río que se perdía a ambos lados del horizonte, allá donde mi vista no me permitía mirar. Y... ¡oh, qué maravilla! Había rosas a ambos lados del río, y eran de todos los colores imaginables. ¡Ah, cómo amaba las rosas! Madre solía recibirlas todos los días cuando vivía, a tal grado que ella siempre olía a rosas. Ahora, sin embargo, Papá no mandaba las rosas a casa. Cada semana, él iba a dejarlas al lugar donde estaba Mamá, y una vez cada mes se me permitía acompañarlo.

Desde que Mamá se fue, a Papá le entró el pánico. Tres días después de que todo ocurrió, llegó a casa mi aya, Sophie. Ella es quien cuida de mí. Es muy hermosa, y bastante joven. Es cariñosa, y comprensiva, pero aun así extraño a Mamá.

Y ahí estaba. Por fin llegó. Extendió sus brazos hacia mí, como siempre. Solía venir aquí mucho, sobre todo cuando más la extrañaba, que era por lo regualar mis cumpleaños, las reuniones familiares y la Navidad. Me gustaba dormir por eso. Nadie me molestaba mientras hacía lo que quería, por eso era mi momento favorito.

Mamá y yo platicamos mucho en mis sueños. Ninguna de las dos estaba cuerda. No sé si de verdad haya sido así, porque cuando se fue yo era muy chiquita. Tenía tres años cuando eso sucedió, y desde entonces me pasaba por lo menos una noche a la semana soñando con ella, conversando. Y había sido así desde hacía dos años.

Esta vez le conté a Mamá hacerca de mis planes para el futuro. ¡Vaya que decía una sarta de tonterías! Recuerdo que le dije... le dije que hiciéramos ella y yo una Revolución, en la que el líder fuera el Sol y nuestro ejército, mariposas, y que se haría justicia cambiando los escudos por burbujas y las espadas por rosas. Mamá se rió y preguntó qué fin perseguiría nuestro ejército. Y yo le contesté que no sabía...

...Y entoces desperté.

No hay comentarios: