lunes, 8 de diciembre de 2008

Ojos color lila

Habían pasado tres años desde que tuve ese sueño. Y ya no pensaba tanto en mamá. Sí, la extrañaba, pero era capaz de vivir mi vida despierta. Ya lo había superado.

Solo que llevaba mucho tiempo en el avión, sin nada que hacer, y me puse a recordar hasta que llegamos a nuestro destino.

Richa estaba ahí. Se veía realmente extraña, vestida así. Yo había visto a su madre y a mis dos primas, sus hermanas, vestidas así con anterioridad. Pero, de algun modo, jamás imaginé que ella se vería tan extraña en ese atuendo. La había visto usar un par de jeans, o unos pants, o hasta una falda, una vez en un cumpleaños. Pero... era tan poco familiar. Era obvio que en los cinco años transcurridos desde que visité a mi prima y su familia por única vez, había olvidado lo raro que era la India.

Había estado ahí poco menos de una semana, pero jamás había perdidola comunicación con mi miembro favorito de la familia. Yo tenía ahora diez años, y ella era un año mayor que yo. Sin embargo, todos decían que ambas éramos las almas más viejas de la familia. A ninguna nos hacía gracia.

Desde que cumplió seis, Richa venía a la escuela aquí, en México. Yo entré un año después al mismo Insituto. Y aunque Sophie no daba su brazo a torcer con nuestras más alocadas ocurrencias, siempre nos las arreglábamos para meternos en líos bien grandes. Cada periodo vacacional, Richa y sus hermanos volvían a casa, a la India. Este año, la familia entera se había movilizado hacia allá. Me vi forzada a imaginar una tropa. Habíamos sido bastantes para llenar un avión nosotros solos.

En todo el tiempo que llevábamos juntas, Richa me había saturado la sesera con información acerca de las tradiciones de la India (y me había regañado un montonal de veces por llamar así a su país de orígen, clamando que el término correcto era Bharat, solo que yo jamás había logrado ni recordarlo, ni pronunciarlo por más que me lo repitiera). Claro que también le había tocado su refriega con la cultura mexicana. Eso de no ser capaz de aguantar unos buenos chiles en nogada era cercano al sacrilegio. Y ella tampoco podía pronunciar México, lo cual me hacía sentir menos inepta.

-¡Namaste!-, dijo en su dialecto Hindú. Yo sabía lo suficiente como para entender que me estaba saludando; "namaste" significaba "hola" en India. Me encantaba escucharla hablar así, en parte porque me hacía sentir orgullosa entenderle, por más que yo entendiera una palabra por cada cinco que ella cantaba.

Habíamos venido en una época muy especial para la familia de Richa, y en general para todo el pueblo Hindú. Era tiempo del Divali, el Festival de las Luces. El aura era de excitación en toda la familia. Por todos lados se hacían preparativos.

Y, además del hecho de que era una festividad muy especial y teméndamente importante, yo no sabía nada hacerca del Divali.

Richa bajó por la escalinata de su casa, saludando a toda la familia. Cuando llegó a mí, me dirigió una mirada exhasperada. Yo llevaba puesto un par muy normal y decente de jeans y una blusa sin mangas. Y era obvio que ella deseaba fervientemente usar algo así ella misma. Pero esta era una de esas curiosas ocasiones en las que algo irrevocable la obligaba a seguir las pautas y costumbres de su familia y su religión, como una mano invisible que te coaccionara sin posobilidad de escapar a ella. Esta vez, la tradición dictaba que ella debería usar una vestimenta típicamente Hindú. Yo miré a mi alrededor. El resto de mi "tropa" ya se estaba enfundando en mantas de colores. Esta era una de esas típicas ocasiones en las que yo no tenía más remedio que aguantarme... y hacer lo que la familia hacía.

Me sentí un borrego privado de mi autonomía.

Richa, que me conocía bien, lo notó. - Recuerda tu lugar feliz, Mia,- dijo. -Esto no es taaan malo, ya lo verás.

Me fue imposible contener la risotada. -¿Mi "lugar feliz"? Rich, no pasa nada, solo me has tomado por sorpresa. Esto es todo nuevo para mí, lo sabes. Pero es emocionante... ¡de verdad!- me puse belicosa al ver su "cara". No me estaba creyendo nada, a pesar de mi sinceridad. -¡No te pongas así, sabes que lo digo en serio!-, le solté. -De no ser así, no habría poder humano que me metiera en eso, ¡lo juro y que me muera si así no fuera!

Richa no me peló. Solo me entornó los ojos y subió de nuevo, dirigiéndose a su habitación. Yo la seguí con cara de pocos amigos.

Me paré helada justo en la puerta en el momento exacto en que divisé lo que había sobre su cama. Había supuesto que me prestaría algo de su guardarropa para estos días. Sin embargo, el precioso conjunto que ella había preparado para mí era totalmente nuevo. ¿Cómo se le había ocurrido pensar que me pondría a mí dentro de ese divino y tremendamente costoso atuendo.

-¿Qué me decías, Mia?-, dijo Richa, complacida por su triunfo.

Me volví hacia ella y protesté. -Rich, esto es demasiádo. Usaré algo viejo que puedas prestarme, y no hay más.

Su reacción me paró en seco.

Se quedó de una sola pieza, poniendo una cara tan completamente horrorizada que casi dolía verla. Caray, pareciera que hubiera insultado a Cristo en la Iglesia...

¡Ay, demonios! Tal vez -muy probablemente, diría yo-, tal vez sí había cometido semejante metedura de pata. Yo y mi gran bocota.

Intenté comerme mis palabras, hablando en un tono conciliador, como si mi prima fuera una bomba nuclear. -Rich... sabes que no quise decir eso, ¿a que sí? Te lo dije, siempre me voy de boca y digo cosas que no... -me paré ahí. -De hecho, ¿qué hice mal ésta vez?

Se tomó un minuto para calmarse. Luego, su rostro se relajó en una sonrisa. Movió la cabeza con gesto de desaprobación. -Ay, prima, -dijo. - ¿Es acaso que nunca comprenderás a mi pueblo?

¡Ay, cómo me caía gorda esa frasecita suya! "Mi pueblo", ¡con mil carámbanos! El día que ella entendiera los rollos de mi pueblo, ése día que me viniera con sus sermones, no antes. Puse mi mejor cara de me-choca-no-saber. Oficialmente, no pude aguantar mi coraje. Hice la pregunta que me había quemado la garganta desde el mero momento en que se me mencionó el dichoso festival a celebrar aquí en la India. Y además, la hice de la manera más nefasta que pude, para que mi frustración quedara clara:

-Richa, ¡¿acaso alguien aquí se va a molestar en decirme qué rayos es eso del Diva-no-sé-qué?!

Se echó a reír, viendo por encima de mi hombro algo que yo no podía ver. Me volví para averiguarlo, y recibí el golpe de lleno. Ahí estaba el glorioso hermano gemelo de Richa, Rajiv, el primo del que estaba seccretamente enamorada. Era difícil no estarlo. Era extremadamente apuesto, alto para su edad y muy inteligente. Sabía bailar, cantaba, tocaba la guitarra. Y también estaba el hecho de que tenía unos hermosos ojos color lila.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Azul celeste

Era muy tarde.

Mi familia bailaba frente a la fogata. Parecían alegres. Yo no oía ni un ruido, como era normal en mí cuando fluctuaba entre las aguas de mi somnolencia. Madre decía que yo dormía el sueño de los justos. Y la verdad es que caía como saco de piedras.

Mis ojos se fueron cerrando poco a poco. Pero yo no dejé de ver cosas. Y de pronto volví a mi segunda vida.

Mi cabello flotaba alrededor de mi rostro. Iba corriendo, pero me movía muy despacio aún así. ¿Será que en sueños uno se mueve más lento porque está cansado? O tal vez era que yo no era muy rápida corriendo, ni aunque estuviera despierta. La hierba era suave y fresca. No había una sola mata seca. Y era muy corta. Así me gustaba el pasto. No hay muchos lugares donde los bichitos se puedan esconder si el pasto es tan corto.

El azul era de un color azul brillante, y casi no había nubes. Las que se podían apreciar parecían motitas de algodón, de esas que si estiras un poco cederán, y eran víctimas de la fuerza del viento, que cada vez soplaba más y más. Curiosamente no tenía frío. Yo tenía mal el termostato. Y también la cabeza, ya que me faltaba un tornillo... Y además solo podía escuchar con un oído, pues había perdido el otro desde chiquita... Pareciera que soy un caso perdido.

Llegué de pronto a la orilla de un verde acantilado. ¡Vaya que era alto! Abajo se extendían las aguas de un caudaloso río que se perdía a ambos lados del horizonte, allá donde mi vista no me permitía mirar. Y... ¡oh, qué maravilla! Había rosas a ambos lados del río, y eran de todos los colores imaginables. ¡Ah, cómo amaba las rosas! Madre solía recibirlas todos los días cuando vivía, a tal grado que ella siempre olía a rosas. Ahora, sin embargo, Papá no mandaba las rosas a casa. Cada semana, él iba a dejarlas al lugar donde estaba Mamá, y una vez cada mes se me permitía acompañarlo.

Desde que Mamá se fue, a Papá le entró el pánico. Tres días después de que todo ocurrió, llegó a casa mi aya, Sophie. Ella es quien cuida de mí. Es muy hermosa, y bastante joven. Es cariñosa, y comprensiva, pero aun así extraño a Mamá.

Y ahí estaba. Por fin llegó. Extendió sus brazos hacia mí, como siempre. Solía venir aquí mucho, sobre todo cuando más la extrañaba, que era por lo regualar mis cumpleaños, las reuniones familiares y la Navidad. Me gustaba dormir por eso. Nadie me molestaba mientras hacía lo que quería, por eso era mi momento favorito.

Mamá y yo platicamos mucho en mis sueños. Ninguna de las dos estaba cuerda. No sé si de verdad haya sido así, porque cuando se fue yo era muy chiquita. Tenía tres años cuando eso sucedió, y desde entonces me pasaba por lo menos una noche a la semana soñando con ella, conversando. Y había sido así desde hacía dos años.

Esta vez le conté a Mamá hacerca de mis planes para el futuro. ¡Vaya que decía una sarta de tonterías! Recuerdo que le dije... le dije que hiciéramos ella y yo una Revolución, en la que el líder fuera el Sol y nuestro ejército, mariposas, y que se haría justicia cambiando los escudos por burbujas y las espadas por rosas. Mamá se rió y preguntó qué fin perseguiría nuestro ejército. Y yo le contesté que no sabía...

...Y entoces desperté.